Sermon on
the Mountain – Henrik Olrik
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En numerosas ocasiones, los fariseos intentaban acorralar a Jesús mediante sus preguntas, esperaban que, al responderles, contradijese las Escrituras y, de esta manera, poder desacreditarle ante quienes le escuchaban.
Sin
embargo, las respuestas de Jesús siempre les dejaba atónitos y sin palabras.
Así sucede cuando uno de los fariseos que era además escriba (muchos fariseos
eran a la vez escribas o intérpretes de la ley), pregunta a Jesús cuál es el
gran mandamiento, es decir, qué ley está por encima de las demás leyes.
Los
expertos en la ley discutían constantemente sobre esta cuestión y, seguramente,
no conseguían llegar a un consenso. La razón es que habían impuesto un número
muy elevado de preceptos y, a veces, una ley entraba en conflicto con otra, y
por eso necesitaban averiguar qué ley debía aplicarse con prioridad.
La
sublime respuesta de Jesús aparece en el siguiente pasaje de Mateo:
Entonces
los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron a una.
Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó para tentarle, diciendo: Maestro,
¿cuál es el gran mandamiento de la ley?
Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda
tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el
segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos dependen toda la ley y los profetas. (Mt 22, 34-40)
Jesús
menciona los dos mandamientos más importantes: el amor a Dios y el amor al
prójimo. De esta manera, no sólo invalida todas aquellas normas que contradigan
estos dos mandamientos, sino que al situarlas a un mismo nivel transmite un
mensaje claro: el amor a Dios nunca entrará en conflicto con el amor al prójimo
y el amor al prójimo nunca colisionará con el amor a Dios. Y no sólo no son contradictorios, sino que son complementarios.
Estos
dos mandamientos aparecen en el Antiguo Testamento por separado y
entremezclados con otros preceptos (Dt 6, 5 y Lev 19, 18). Jesús los
rescata uniéndolos y situándolos por encima del resto de normas. Por eso, para
terminar Jesús dice: “De estos dos
mandamientos dependen toda la ley y los profetas”[1].
En
el pasaje de Lucas le preguntan a Jesús: “¿Y
quién es mi prójimo?” Jesús responde contando “la parábola del buen
samaritano” (Lc 10, 29-37) con la que nos enseña que la pregunta adecuada no es
¿quién es mi prójimo? sino ¿qué debo hacer yo para ser el prójimo de cualquier
persona?
En
esta parábola se muestra que de las tres personas que ven al hombre herido, tan
sólo una (el samaritano) le presta auxilio. Las otras dos personas, un
sacerdote y un levita, dan un rodeo para no ayudarle. Por tanto sólo el
samaritano es digno de llamarse prójimo. Este término se utiliza para traducir
la palabra griega πλησίον (plesion) que significa próximo, vecino,
compañero.
Es decir, la única persona que se comportó con cercanía, y proximidad al hombre herido fue precisamente una persona “lejana” (los samaritanos eran extranjeros). Y las personas que eran consideradas “cercanas” ,el sacerdote y el levita, se alejaron fríamente del hombre herido. Por lo tanto, el concepto prójimo debe estar por encima de los prejuicios y las apariencias y distinguirse únicamente por la solidaridad con la que actúa una persona.
En otra
ocasión, Jesús también resume la ley y los profetas expresándose en términos
ligeramente diferentes:
Así que, todas las cosas que queráis que los hombres
hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, porque ésta es la ley
y los profetas (Mt 7, 12).
Por lo tanto
si el objetivo no es averiguar quién es mi prójimo sino actuar siempre con amor
hacia los demás para convertirme en su prójimo, entonces no podré hacer
distinción entre las personas. Es decir, el amor entre los seres humanos al que
se refiere Jesús va más allá de toda limitación. De esta forma, Jesús vuelve a
hacer referencia al Antiguo Testamento, esta vez para corregirlo, cuando dice:
Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y
aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a
los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os
ultrajan y os persiguen” (Mt 5, 43-44)
¿Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa
tendréis? (Mt 5, 46)
Pero ¿no es
demasiado difícil seguir el camino de Jesús? ¿amar a todas las personas?, ¿incluso
a mis enemigos? Por supuesto que sí, pero pensemos que si Jesús se sacrificó
por anunciar la Buena Noticia fue porque confía en nosotros/as y cree que otro
mundo, un mundo de amor, es posible.
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a
otros; como yo os he amado, que también os améis los unos a los otros. (Jn 13, 34)
Fuentes:
Biblia-
Antiguo y Nuevo Testamento
Cara
a Cara: Viviendo con todo nuestro ser en la presencia de Dios. J. Fernández Garrido, D. Dean Hollingsworth
Estudio-Vida
Jacobo. Witness Lee
De
Jesús, con cariño. Cómo tratar a los demás. María Fontaine
[1]
En la época de Jesús al Antiguo
Testamento se le llamaba “la ley y los profetas” debido a que los judíos
distinguían dos secciones: los libros de los profetas y el resto incluyendo los
Salmos que se consideraba la ley.
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