Ambrosius Francken - Cristo y la mujer adúltera |
Y
JESUS se fue al monte de los Olivos.
Y
por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les
enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le llevaron una mujer sorprendida
en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en el acto mismo de adulterio; y en la ley, Moisés nos mandó apedrear
a tales mujeres; tu, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para tener
de qué acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en la tierra
con el dedo. Y como insistieron en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que
de entre vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra
ella. E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en la tierra. Al oír esto,
acusados por su conciencia, salieron uno a uno, comenzando desde los más viejos
hasta los últimos; y quedaron sólo Jesús y la mujer, que estaba en medio. Y
enderezándose Jesús y no viendo a nadie más que a la mujer, le dijo: Mujer,
¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado? Y ella dijo:
Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. (Juan 8:1-11)
Aquel
día, mientras Jesús estaba enseñando en el templo, los escribas y fariseos le
interrumpieron tratando de ponerle una trampa para desacreditarle ante el
pueblo. Aparentemente Jesús no tenía escapatoria: si absolvía a la mujer le
acusarían por transgredir la ley de Moisés y si la condenaba caería en contradicción
con sus propias enseñanzas.
No
sería la única vez que escribas y fariseos se unirían para actuar en contra de
Jesús. Y es que tenían un interés común: conservar su prestigio y su poder. Los
escribas se encargaban de copiar, redactar e interpretar la ley y los fariseos,
los líderes religiosos del pueblo judío, se preocupaban por su estricto
cumplimiento. Sin embargo, a ambos grupos, poco les importaba la verdadera Justicia,
la Misericordia y la Fe. Por eso Jesús les decía así: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque limpiáis lo
que está fuera del vaso y del plato; pero por dentro estáis llenos de robo y de
injusticia” (Mateo 23:25). Jesús
les decía esto porque los líderes judíos observaban muchas tradiciones que
tenían que ver con la apariencia y la limpieza externa pero no cuidaban la
limpieza del corazón.
Por eso Jesús les decía también: “porque dejando el mandamiento de Dios, os
aferráis a la tradición de los hombres” (Marcos 7:8). Jesús no rechazaba el
Antiguo Testamento pero los escribas y fariseos querían demostrar que el
mensaje de amor y perdón de Jesús se oponía a las Escrituras. Por eso en cuanto
podían le intentaban dejar en evidencia, como en este pasaje en el que le
dicen: “Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio; y en la ley,
Moisés nos mandó apedrear a tales mujeres; tú, pues, ¿qué dices?”
En el Antiguo Testamento hay textos que defienden la
dignidad humana, que son los que provienen de Dios, y en ellos se apoyará Jesús
en muchas ocasiones. Sin embargo también hay numerosos pasajes muy duros y
cargados de violencia provenientes de la tradición de los hombres y de su
“dureza de corazón”.
La ley de Moisés a la que se refieren los escribas y
los fariseos dice lo siguiente: “Y si un
hombre comete adulterio con la esposa del otro, el que cometa adulterio con la
esposa de su prójimo, indefectiblemente el adúltero y la adúltera serán
muertos” (Levítico 20:10). Llevándole la mujer adúltera, los líderes
religiosos le preguntan a Jesús: “tú,
pues, ¿qué dices?”, la respuesta de Jesús les deja perplejos: “El que de entre vosotros esté sin
pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”, antes y después de pronunciar estas palabras Jesús
escribió algo en la tierra. Algunos autores piensan que Jesús escribió los pecados
de quienes condenaban a la mujer aunque el Evangelio no lo explica.
De
esta manera, Jesús desvía la atención de la acusada a los escribas y los fariseos
que la querían condenar. Ahora cada uno de ellos se siente acusado por su
propia conciencia. Los acusadores se han convertido en acusados. Y como no soportan ver sus pecados descubiertos ante la luz
de Jesús, pronto comienzan a irse avergonzados y en silencio uno a uno. La
mujer, cuando ve que los acusadores se marchan, no huye sino que se queda con
Jesús. Él le dice: “¿dónde están los que
te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?” la mujer le responde “Ninguno, Señor”, entonces Jesús le muestra
rápidamente su perdón: “Ni yo te condeno;
vete, y no peques más”.
Mientras
las autoridades pretendían condenar a la mujer con la fuerza de la ley, Jesús
la absolvió con la fuerza del amor. Porque Jesús no vino al mundo a condenar
sino a salvar:
“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.”
(Juan 3:17)
Biblia Antiguo y Nuevo Testamento