lunes, 15 de agosto de 2016

La mujer adúltera (Juan 8:1-11)

Ambrosius Francken - Cristo y la mujer adúltera
Y JESUS se fue al monte de los Olivos.
Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio; y en la ley, Moisés nos mandó apedrear a tales mujeres; tu, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en la tierra con el dedo. Y como insistieron en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de entre vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en la tierra. Al oír esto, acusados por su conciencia, salieron uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los últimos; y quedaron sólo Jesús y la mujer, que estaba en medio. Y enderezándose Jesús y no viendo a nadie más que a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado? Y ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. (Juan 8:1-11)

Aquel día, mientras Jesús estaba enseñando en el templo, los escribas y fariseos le interrumpieron tratando de ponerle una trampa para desacreditarle ante el pueblo. Aparentemente Jesús no tenía escapatoria: si absolvía a la mujer le acusarían por transgredir la ley de Moisés y si la condenaba caería en contradicción con sus propias enseñanzas.  

No sería la única vez que escribas y fariseos se unirían para actuar en contra de Jesús. Y es que tenían un interés común: conservar su prestigio y su poder. Los escribas se encargaban de copiar, redactar e interpretar la ley y los fariseos, los líderes religiosos del pueblo judío, se preocupaban por su estricto cumplimiento. Sin embargo, a ambos grupos, poco les importaba la verdadera Justicia, la Misericordia y la Fe. Por eso Jesús les decía así: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque limpiáis lo que está fuera del vaso y del plato; pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia”  (Mateo 23:25).  Jesús les decía esto porque los líderes judíos observaban muchas tradiciones que tenían que ver con la apariencia y la limpieza externa pero no cuidaban la limpieza del corazón.

Por eso Jesús les decía también: “porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres” (Marcos 7:8). Jesús no rechazaba el Antiguo Testamento pero los escribas y fariseos querían demostrar que el mensaje de amor y perdón de Jesús se oponía a las Escrituras. Por eso en cuanto podían le intentaban dejar en evidencia, como en este pasaje en el que le dicen: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio; y en la ley, Moisés nos mandó apedrear a tales mujeres; tú, pues, ¿qué dices?”      
En el Antiguo Testamento hay textos que defienden la dignidad humana, que son los que provienen de Dios, y en ellos se apoyará Jesús en muchas ocasiones. Sin embargo también hay numerosos pasajes muy duros y cargados de violencia provenientes de la tradición de los hombres y de su “dureza de corazón”.

La ley de Moisés a la que se refieren los escribas y los fariseos dice lo siguiente: “Y si un hombre comete adulterio con la esposa del otro, el que cometa adulterio con la esposa de su prójimo, indefectiblemente el adúltero y la adúltera serán muertos” (Levítico 20:10). Llevándole la mujer adúltera, los líderes religiosos le preguntan a Jesús: “tú, pues, ¿qué dices?”, la respuesta de Jesús les deja perplejos: El que de entre vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”, antes y después de pronunciar estas palabras Jesús escribió algo en la tierra. Algunos autores piensan que Jesús escribió los pecados de quienes condenaban a la mujer aunque el Evangelio no lo explica.

De esta manera, Jesús desvía la atención de la acusada a los escribas y los fariseos que la querían condenar. Ahora cada uno de ellos se siente acusado por su propia conciencia. Los acusadores se han convertido en acusados. Y como no soportan ver sus pecados descubiertos ante la luz de Jesús, pronto comienzan a irse avergonzados y en silencio uno a uno. La mujer, cuando ve que los acusadores se marchan, no huye sino que se queda con Jesús. Él le dice: “¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?” la mujer le responde “Ninguno, Señor”, entonces Jesús le muestra rápidamente su perdón: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.

Mientras las autoridades pretendían condenar a la mujer con la fuerza de la ley, Jesús la absolvió con la fuerza del amor. Porque Jesús no vino al mundo a condenar sino a salvar:


“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.” 
(Juan 3:17)

Fuentes: 
Biblia Antiguo y Nuevo Testamento



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