Jesús con sus extraordinarias enseñanzas transformó el mundo,
situando al amor como base de la convivencia y la existencia humana. Jesús nos
amó, sin límites, hasta tal punto que entregó su vida por nosotros y rezó por
quienes le crucificaban: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34).
Sin embargo, la mayoría de nosotr@s estamos lejos de amar como
Jesús. Nuestro concepto de amor es limitado y egoísta:
“amo porque espero obtener algo a cambio”.
Sin considerar que el amor verdadero es el amor que Jesús nos enseñó, un
concepto mucho más elevado y amplio: “amo sin esperar nada e incluso si me
hacen daño”.
Él amó con sus gestos, con sus palabras y con sus actitudes.
Para ello, en muchos casos tuvo que enfrentarse a las costumbres establecidas
de la época: “Oísteis
que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis
al malo; antes bien, a cualquiera que te golpee en la mejilla derecha, vuélvele
también la otra” (Mateo 5, 38-39).
En mi opinión, con sus palabras, Jesús lo que pretende es
llenarnos de valor para no utilizar la violencia contra nuestros enemigos. Pues
si el enemigo nos ataca con violencia y nosotros respondemos con violencia sólo
puede haber un resultado: más violencia. Es como si se produjese un incendio y
en vez de tratar de apaciguar las llamas, las avivásemos más.
Esta actitud sería muy distinta a la que se produce por
el miedo: “no me defiendo porque tengo miedo de enfrentarme a mi agresor”. Eso
hace que el agresor se sienta más fuerte y se encienda aún más su ira. Creo que
es muy importante diferenciar una actitud heroica: “no me defiendo porque no
quiero” a una actitud cobarde: “no me defiendo porque tengo miedo”. Es decir, creo que es fundamental mostrar amor
pero también valor para que la actitud que Jesús defendió sea efectiva.
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis
unos a otros; como yo os he amado, que también os améis los unos a los otros”.
(Juan 13, 34)
Fuentes: Biblia – Nuevo Testamento
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